-¡Puto frío! -dije para mis adentros, peleando conmigo y con
el mundo como siempre. El día era gris y monótono, nada extraordinario.
Caminaba lento, sin prisa, mientras se me congelaban las
manos y los pensamientos, me acerqué a un anciano, le pedí los cigarrillos que
buscaba hace dos cuadras y sin nada más que decir me alejé, seguí caminando,
observando a la gente pasar, madres con niños, parejas y caminantes solitarios,
como yo, pero iban deprisa, no reparaban en detalles, todos lo hacían, parecía
que el tiempo los persiguiera a cada instante y junto a él la inminente muerte,
no quería ser como ellos, encendí el cigarrillo con calma, el humo se mezclaba
con el aire glacial y una canción de los Beatles sonaba suavemente en mi
cabeza, era casi un murmullo “…a sad song and make it better…” Cómo me gustaba
esa canción.
Me senté en la última banca del primer parque que vi y
miraba sin mirar al mundo que me rodeaba, tan hermoso y vuelto mierda, aquel
lugar era el perfecto ejemplo de lo que era un parque en este país: risas de
niños, gritos de madres, besos detrás de un árbol y olor a marihuana ¿cómo no
amar un lugar así?
-¿A quién esperas?-me preguntó ella, con su tono sarcástico
y burlón.
-Vos sabes, a él- le respondí
-No va a venir- me dijo antes de desvanecerse de mi lado y
volver a su trabajo habitual como mi conciencia.
Llegué a considerar la posibilidad de que quizás no vendría,
pero tenía que hacerlo, era mi demonio, un pedacito de infierno personal, y a
mi infierno lo había invitado a tomar café.
Encendí otro cigarrillo y me entregué al recuerdo, eso que
te destruye de a poco con intervalos de felicidad, lo pensé, y de repente
estaba en su cama, mirando al techo, acabando ángeles con orgasmos. Y volví.
Estaba nuevamente en el parque, con esa canción de los Beatles y el humo,
estaba ya muy débil para afrontarlo, cuando lo viera, con su presencia tan
contundente iba a morir. Me gusta porque cuando lo pienso se me va la vida. Me
gusta porque para pensarlo necesito aferrarme a la soledad y el silencio, del
mismo modo en el que me aferré a su espalda, a su alma, a él.
No lo quiero, y aún más importante, no lo necesito…miento,
si lo hago, estiro la mano cada mañana rogando por sentir el calor de su
cuerpo. Es mi cafeína, porque no conozco nada más adictivo, o quizás sí, él, lo
que es, lo que representa, sus besos sabor a nicotina y poca moral, los deseo.
No me importa nada, me lo repito, me lo repito…corrijo, no me importa nada que
no sea él. Quiero que sea mi mal, mi dolor, mis ganas de no vivir. Venga,
prometo no hacerle daño, no mucho, solo un poco, yo no sé herir ¿me permite
clavar mis uñas en su espalda? ¿Me puedo quedar a vivir entre sus sábanas? No
va a notar que yo estoy ahí, solo a veces cuando me regale una que otra noche
de insomnio, o una noche de dormir juntos, sin llegar realmente a hacerlo. ¿Ya
me volví loca? Me advirtieron que esto podría pasar.
-Hola- era él, lo reconocería en cualquier parte.
-¡Máteme!- le dije
-¿Qué?
-Que me bese
Fue obediente, porque en ese momento se iluminó el cielo y
desaparecí, aun no sé qué habrá sido de mí.
¡Hola María!
ResponderEliminarMe ha gustado mucho tu escrito. Es muy fluido de leer y la historia está muy bien. El final me ha gustado mucho mucho!
Espero poder leer más escritos de ti pronto, ¡un saludo!